Este artículo fue publicado en la Revista de Ferias de 1982, lo he ampliado un poco.
Muchos de los datos que pongo a continuación me fueron transmitidos oralmente por los ancianos del momento, como Antonio del Viejo Barrena.
En nuestro pueblo, al igual que en todos los pueblos de España, han existido una serie de tradiciones culturales que eran expresión colectiva de la personalidad de sus vecinos, un reflejo de su idiosincrasia. Pero, con el cambio profundo de la sociedad y de la tecnología, muchas de estas tradiciones desgraciadamente se han perdido o se han comercializado, perdiendo su sentido y sus valores.
Entre estas tradiciones populares nos encontramos con las fiestas. La lista de las que se celebraban en Montijo es muy grande y vamos a citarlas todas de pasada:
*La romería de San Blas, el 3 de febrero.
*Los Carnavales, que comenzaban por San Sebastián -el 20 de enero- y terminaban con el Domingo de Piñata, a la entrada de la Cuaresma.
*La fiesta del Árbol, el 10 de marzo.
*La fiesta de la cocá.
*La Encarnación, el 25 del mismo mes.
*Semana Santa, que finalizaba con los Aleluyas.
*La fiesta del Libro, el 23 de abril.
*El 1º de Mayo, que comenzó a celebrarse en Montijo en 1902.
*La Cruz de Mayo, el día tres de mayo.
*La romería de San Gregario.
La ermita de San Gregorio Ostiense, patrono de los ganaderos, se levantó en el siglo XVIII y desde entonces se celebraba una romería en el cerro, el día 9 de mayo, promovida por este gremio de Montijo. Esta costumbre desapareció a mediados de los años diez, del siglo XX, al establecerse la romería de San Isidro en la ermita de Barbaño.
*La Velá de San Antonio, el 12 de junio. *La noche de San Juan, el 23 del mismo mes.
*La Velá de los pellizcos, el 16 de julio.
*La Velá de Santa Clara, el 12 de agosto.
*La Feria y fiestas patronales, del 8 al 11 de septiembre.
*La fogata de Jesús, el 13 de septiembre.
*Los Santos y Difuntos, el 1 y 2 de noviembre.
*Las Navidades, del 24 de diciembre al 6 de enero.
No todas estas fiestas coincidieron en el tiempo y algunas de ellas terminaron por transformarse en otras cambiando de fechas. Muchas de ellas tendrían un origen pagano hace muchísimos siglos; si estudiamos el simbolismo y el ritual de la mayoría, podemos entrever ancestrales costumbres de los pueblos primitivos. Su culto al sol, al agua, a la reproducción en primavera o a los muertos en el otoño. Posteriormente trataría la Iglesia Católica de atraerlas hacia su espíritu significándolas con algún santo.
Hecha esta breve introducción vamos a relatar con brevedad algunas de esas fiestas.
La Fiesta del Árbol
Su origen lo vemos en el pueblo judío, en los sefarditas, que siempre la ha celebrado. El Ministerio de Instrucción Pública -hoy de Educación- estableció a principios de siglo XX, siguiendo las influencias de la Institución Libre de Enseñanza, que todos los 10 de marzo de cada año celebrasen alumnos y profesores de las escuelas públicas una fiesta de homenaje a la naturaleza, con el fin de inculcar a los niños el amor al campo y a la vegetación. El significado era pues claramente ecologista.
En Montijo serían los introductores de ella dos maestros públicos: D. Pablo Sánchez y D. José Blanco, en el año 1919, recién llegado al pueblo el primero. El Ministerio enviaba a las escuelas un librito dedicado a promover esta fiesta por todo el país, en el que se leían canciones y poesías dedicadas al árbol, símbolo de la naturaleza. El citado diez de marzo salían de las escuelas los alumnos organizados en largas filas y acompañados por los profesores. Los varones portaban palas y picos y las hembras cubos, uníéndose al final del trayecto las fílas de las distintas escuelas. En la carretera de la Estación se detenían, procediendo los niños a cavar hoyos y plantar un árbol cada uno de ellos; después las niñas lo regaban. Un sacerdote bendecía el árbol plantado y se le clavaba una placa con el nombre del níño, quien debería regarlo un par de veces a la semana. Después de la siembra llegaba un carro del Ayuntamiento lleno de bocadillos de chorizo o queso que eran repartidos entre los niños para “la merendilla». Encima del pozo que se encuentra frente al silo pequeño de cereales se instalaba un tablao como escenario, engalanado con los colores nacionales. En este lugar se celebraba una fiesta campestre donde los alumnos recitaban poesías y los profesores hablaban del amor a la naturaleza. Se cantaban canciones como esta: «Cantemos al árbol -que vaya plantar -si Dios lo protege -del hombre y del viento -salud y riqueza dará. -Uno para el otro -los dos viviremos -él se irá elevando -y yo iré creciendo. -Y si triste y solo -llegara 8 morir -quedará en el mundo -un árbol siquiera -plantado por mí». Otro cantar decía: «El árbol que plantamos -el amigo mas leal -solo pide que le cuiden -para sus frutos poder dar». «Para el aire puro, campestre aroma -para el caminante, regalaba sombra -templará sus ramas el ardiente sol -y por entre sus ramas tejerán las aves -sus nidos de amor». A la fiesta se desplazaban muchos niños y sus padres, llegando a alcanzar una gran solemnidad. Durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1929) se potenció mucho esta fiesta.«La Inspección Provincial de Primera Enseñanza, secundando los deseos del Señor Gobernador Civil, ha despertado en los pueblos el máximo interés al árbol, y elocuente prueba de esta obra es la celebración de la Fiesta del Árbol en todas o casi todas las localidades de la provincia» decía una nota.
En el Pleno del Ayuntamiento de 15 de diciembre de 1929 «se acordó por unanimidad que para la Fiesta del Árbol y repoblación de carreteras y caminos se haga el pedido de 150… de las clases de acacias, eucaliptos” y también se destinaban «100 pesetas para la Fiesta del Árbol». Durante la II República seguía subvencionando la Comisión Pro-Cultura y Progreso del Ayuntamiento la fiesta, pero ya se encontraba bastante decaída. Con los años fue desapareciendo.
La fiesta del Árbol en 1935 por la carretera de la Estación. En la tribuna se ve al párroco Juan Pérez Amaya y en el centro, con sombrero, al alcalde Pedro Miguel Rodríguez, acompañados por las maestras y maestros de las escuelas públicas. Foto de Amalia Torres.
Algunas procesiones de Semana Santa desaparecidas
-La procesión de la sangre
Del libro de Manuel García Cienfuegos “Montijo. Notas de interés histórico (XVIII-XIX)” tomamos algunos apuntes sobre ella. La Cofradía de la Santa Vera Cruz existía en Montijo al menos desde el siglo XVI, fue creada por los franciscanos y tenía su sede en la parroquia de San Pedro. Sus hermanos eran penitentes disciplinantes por lo que se azotaban durante el recorrido de la procesión, que tenía lugar durante la noche del Jueves al Viernes Santo. Antes de salir, un franciscano les decía un Sermón para ponerlos en situación. A los que desprendían mucha sangre en el trayecto se los llevaban, igual que a los que se mareaban. Los disciplinantes se lavaban las heridas con vino.
Esta procesión desapareció a mediados del siglo XIX.
Una procesión de flagelantes, pintura de Francisco de Goya.
-La procesión de los altramuces
Llamada así porque sólo procesionaban las niñas y niños; la algarabía era enorme pues era un evento alegre. Duró hasta los años sesenta del siglo XX.
-Los aleluyas
Se celebraban el Domingo de Resurrección. Los niños salían por la mañana en grupos con campanillos colgados del cuello y la cintura, corriendo por las calles y haciendo mucho ruido. Después había en la Plaza Mayor venta de borreguitos, limpios y con unas cintas al cuello; los padres le compraban uno a los niños y se paseaban con él orgullosos por las calles, cogidos con una cuerda. El niño tenía que encargarse de cuidarlo. Esta fiesta se sigue conservando en algunos pueblos de España y Portugal.
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Las Cruces de Mayo
En la época romana, a comienzos del mes de mayo se celebraba una fiesta en honor de Flora, diosa de las flores.
El día 3 de mayo se celebraba el día de la Santa Cruz, una fiesta muy sonada que llegaría a alcanzar mucho auge. Para conocer la historia de esta fiesta leer el artículo de Pablo Iglesias Aunión «La Cruz de Mayo: originalidad en la festividad cristiana» publicado en la Hoja Parroquial San Pedro Apóstol. Esta festividad viene recogida en los dos libros de cuentas de la cofradía montijana de la Santa Vera Cruz, desde 1716 a 1836. En ese tiempo era la cofradía la que organizaba la fiesta
Durante ese día la vida laboral del pueblo era normal por la mañana, por la tarde cerraban comercios y talleres de artesanos, aunque los agricultores trabajaban todo el día. En muchas casas se colocaba en la salita de entrada una mesa, cubierta por una colcha imitando un altar; encima de ella se ponía una cruz hecha de flores, de forma muy artística, acompañada de alhajas y objetos preciosos. Las mujeres competían para ver quien hacia una cruz más bonita y así ganarse la admiración del pueblo. Por la tarde y la noche, los vecinos iban recorriendo las viviendas, debiendo guardar colas para ver las cruces más conocidas por su arte y perfección. Las dueñas de ellas se sentían alagadas por las visitas y les explicaban los detalles. En el pueblo había coros de mujeres que solían ir a cantarle a las cruces, engalanadas. Veamos alguna copla: «Cuatro cruces he visto -con esta cinco -pero la de la siña Beatriz Piedehierro -se lleva el vito». Vito significa premio, galardón. La casa de Beatriz estaba en la calle Arriba frente a Hermanos Álvarez Quintero.
Foto tomada de El Faro de Melilla, edición del 9 de mayo de 2017.
Otra copla decía: «La cruz bendita no tiene cielo -pero tiene una colcha de terciopelo». «A la cruz he mirado -y he visto en ella -un corazón clavado ¬lleno de estrellas» . «Al ama de esta casa -Dios le de salud -para que al otro año enrrame la Cruz». Algún vecino le advertía a sus amigos: «esperaos un momento que va a cantar fulanita» y así pasaban la noche muy entretenidos, entrando y saliendo por las casas. Se rezaba también el Rosario de la Cruz, que consistía en mil cuentas guardadas en un cenacho. Se iniciaba con «Salve dulce leño, salve dulce esclavo, Ángeles y hombres, todos te adoramos». Una mujer rezaba en cada misterio: «Vete de aquí Satanás, que de mi no sacas ná, porque en el día de la Cruz, dije mil veces Jesús, Jesús, Jesús…». Una de las rezadoras más conocidas era Isabel Torres.
Adela Peláez escribió un artículo, «Las Cruces de Mayo», en la Hoja Parroquial de San Pedro Apóstol, donde recoge sus vivencias en esta fiesta perdida.
Una de las cruces de hierro existentes en las fachadas de las casas de Montijo, en la plaza de Santa Clara.
En algunas esquinas de las calles había cruces de hierros en las fachadas de las casas; éstas también se adornaban con flores y lazos blancos. La fiesta de la Cruz de Mayo fue desapareciendo en los años diez del siglo XX, aunque continuaría en pequeña escala hasta los sesenta.
La Fiesta de la Cocá
El día 19 de marzo, festividad de San José, se celebraba la patrona de los carpinteros. Consistía en lo siguiente: por la mañana temprano los carpinteros iban a las cunetas de la calle Concepción Arenal y de las Eras para recoger lombrices. Después salían en cuadrillas de amigos hacia el Guadiana o a los Charcos de La Vara, montados en mulas y burros con las talegas de comida al hombro y vino. Cuando llagaban preparaban «la cocá» que consistía en envolver las lombrices en coca machacada y tirarlas al agua. Al comerlas los peces se morían, aunque se podían comer sin miedo a envenenarse. Posteriormente se cogían con una red, parecida a los cazamariposas. Este tipo de pesca se prohibió años después. Decía una dicho popular: «La salia de la boga, por San José la primera». La pesca era la excusa para pasar un día de asueto. Llevaban hurones para cazar conejos. Mientras morían los peces hacían hogueras donde preparaban calderetas y asaban después los peces. Al final de la tarde regresaban los carpinteros mas «encocaos» que los peces. Esta fiesta coincidía con el final de la veda. En el pueblo continuaban con la caldereta en casa de alguno de ellos, se unían las mujeres y asaban los peces que traían.
El resto de los vecinos trabajaban por la mañana, pasaban la tarde paseando y por la noche iban a los salones de bailes.
La Encarnación
El día 25 de marzo, festividad de la virgen de la Encarnación, se celebraba la patrona de los albañiles. Todo el gremio se reunía en calderetas y comidas de fraternidad. Para el resto del pueblo era un día laborable. Pero esa tarde salían los sacerdotes y monaguillos, acompañados por los vecinos, y se dirigían al cerro de La Cruz por la calle Reyes Católicos hacia la caseta de «la siña Curra». El motivo de la procesión era bendecir una yerba llamada «la sanguinaria» que se aplicaba para curar las heridas o se cocía para tomarla. Sus efectos sobre la sangre eran medicinales. Los vecinos se llevaban después plantas a sus casas.
La fiesta del Libro
El día 23 de abril tenía lugar en las escuelas, a principios del siglo XX, la conmemoración de la muerte de Cervantes. Era una fiesta que no trascendía fuera del entorno escolar. El Ministerio de Instrucción Pública enviaba unas normas a seguir por los directores ese día, que consistían en dedicar cada maestro una lección a relatar la vida y obra del gran escritor, y a imbuir en los niños el amor a la lectura. En este día no había clases, solamente iban por la mañana a escuchar esta lección. El Ayuntamiento daba a cada centro una cantidad en metálico para comprar libros que integrarían la Biblioteca de la escuela. También se hacía una Exposición de libros sobre novelística, poesía, literatura infantíl, etc. Durante la II República, la Comisión Pro-Cultura y Progreso del Ayuntamiento ayudó bastante a la celebración de esta fiesta escolar. Después de la guerra civil hubo unos años en que cambiaron el nombre de esta fiesta por el de «Fiesta del Estudiante Caído». Fue decayendo a lo largo de la Dictadura por falta de presupuesto, ya que el Ayuntamiento congeló la subvención que tenía de 5.000 pesetas durante muchos años, cantidad que resultaba ridícula. Los maestros fueron perdiendo interés por lo que desapareció a principio de los años setenta. Se recuperó de nuevo a comienzo de los años ochenta con la entrada de las Corporaciones democráticas, montándose stand en el paseo de la Plaza de España donde exponían sus libros las librerías de la localidad.
La Velá de San Antonio
Los creadores de esta fiesta fueron la familia Thomas, dueños de la Casa Grande que había en la plazuela de San Antonio, donde realizaban la velá. El encargado de su organización era Frasco Antolín, criado de la familia, pintor, paisajista y artista.
La Casa Grande de los Thomas, de estilo barroco, en la plazuela de San Antonio. Foto de VISAM.
En sus orígenes se hacía «el ramo», o puja de productos de la caza, en la noche del día 12, pero después se trasladó a la mañana del día 13. Había concurso de mantones de Manila donde las jovencitas lucían su belleza y hacían méritos para gustar a los galanes. También hacían un «muñeco» gigante, relleno de paja y madera, que representaba algún acontecimiento relevante ocurrido en ese año. Y por la noche se quemaba.
El muñeco de la Velá de San Antonio en el año 1956/7. El niño que está sentado en el tablado es el hijo del fotógrafo: Antonio Víctor Sánchez. Foto de VISAM.
La Velá de los pellizcos
El día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, era una fiesta muy celebrada en Montijo. En el atrio de la Iglesia de San Pedro tenía lugar una verbena o “velá”. Iba muchísima gente, como en la Feria. Las muchachas hacían dulces de barro y los pintaban y ese día colocaban unas mesitas y los cambiaban por alfileres, monedas pequeñas, etc.; también se vendían dulces típicos de ese día, «en los primeros años iba la Banda de Música, después dejaron de ir» me dijo un anciano del lugar; los músicos tocaban y cantaban y el pueblo se agolpaba en el atrio. Como había muy poca luz los jóvenes aprovechaban para pellizcar a las jovencitas en el trasero, por eso se denominaba popularmente “la velá de los pellizcos”. Esta fiesta desapareció en los años veinte del siglo XX.
La Velá de Santa Clara
Imagen de Santa Clara de Asis existente en el convento de Montijo. Foto de Manuel García Cienfuegos.
Como final de la novena que se ofrecía a esta Santa se celebraba el día 12 de agosto una “velá” junto al convento de las monjas Clarisas. En el altar de la capilla se colocaban unas velas que permanecerían ardiendo toda la noche. Los vecinos llenaban la plazuela del convento paseando, se colocaban puestos de dulces típicos (pestiños, gañotes, alfajores) y los padres convidaban a los hijos.
El «pa» Rodrigo, sacerdote del pueblo a principios de nuestro siglo, se sentaba en la puerta de su casa -que estaba enfrente del convento- para charlar con los vecinos; la Banda Infantil de Música dirigida por el organista de la parroquia D. Antonio Guisado, tocaba pasadobles y coplas de la época; grupos de jóvenes tocaban instrumentos musicales y cantaban. Irene Bautista tocaba la guitarra, Modesto Cabezas (que también vivía frente al convento) cantaba flamenco y opereta y otros tocaban el acordeón y panderetas.
Las coplas alusivas a la velá comenzaban así: «Santa Clara tiene un gallo que canta -del coro al caño, del caño al coro -del caño al coro, del coro al caño…” y seguían repitiendo el estribillo hasta que se formaba una risa colectiva. Tenemos noticias de que en el convento se celebraba una representación teatral en la que se mostraba la vida de la Santa, pero los datos son muy escasos y no podemos precisar más. Esta velá desapareció a principios del siglo XX, sin que nunca más se volviera a celebrar.
La Fogata de Jesús
El día 13 de septiembre, víspera del Cristo se celebraba en nuestro pueblo la llamada «velá del Cristo» o «la Hoguera del Cristo» como final de la novena dedicada a Jesús, que tenia lugar en la iglesia del mismo nombre. Delante de esa iglesia había un atrio pequeño, el suelo era de cemento y la parelilla de alrededor de piedras de granito. Delante de él se amontonaba gran cantidad de leña y paja. Las autoridades municipales de la época, que no tenían un pelo de tontos, autorizaban a los niños y jóvenes del pueblo para que recogiesen los desperdicios de la Feria (papeles, virutas, pajas, etc.) y los apilasen en el atrio de Jesús. Además el Ayuntamiento llevaba leña. Sabemos que el culto al fuego es una costumbre muy primitiva que se dio en todos los pueblos de la tierra, pero seria posteriormente asimilado por la Iglesia dándole un sentido muy diferente. El fuego, en la creencia pagana, tiene la virtud de beneficiar los campos y librar a los hombres dé la maledicencias inspiradas por el espíritu maligno. Los dulceros y algunas mujeres colocaban puestos de dulces con unos grandes baños, peneques, llenos de pestiños, gañotes o alfajores, que hacían las delicias de niños y mayores. Los vecinos paseaban por la plaza de arriba abajo y los jóvenes cantaban en corros. A comienzos del siglo XX las mujeres vestían polisón. La Banda de Rodrigo Melara y » sus cachorros» tocaba piezas musicales para animar al público -nos estamos situando por los años diez de nuestro siglo-, pero años después dejó de haber música. Bien entrada la noche se congregaba todo el público alrededor del montón para prenderle fuego y, cuando las llamas bajaban, los jóvenes saltaban por encima de ellas como ceremonia de purificación y virilidad. También se colocaba en la plazuela una cucaña y un triángulo de palos que daba vueltas para hacer las delicias de los jóvenes que intentaban subirse a ellos. Casi todos resbalaban y solo alguno llegaba hasta el final del madero para coger el premio. Esta velá desaparecería al ser elegida Presentación Núñez camarera de Jesús, a mediados de los años diez. Después de la guerra civil se intentó recuperar pero no se llevó a la práctica, trasladándose la ceremonia del fuego a la velá de San Antonio después de la Guerra Civil por iniciativa de la familia Thomas.
Los Santos y Difuntos
La fiesta de Todos los Santos se celebraba el día 1 de noviembre. Durante ese día se dedicaban los monaguillos a recorrer las casas pidiendo «Una limosna para los difuntos» y los vecinos les regalaban castañas, melones y productos de la época. Por la noche, como tenían que estar toda ella «doblando» las campanas (tocando a difuntos) se quedaban en la torre. Encendían allí una lumbre y asaban castañas, se comían los regalos y contaban chistes. A los vecinos les gustaba asomarse a las azoteas y miradores de sus casas para ver el destello de la hoguera en lo alto de la torre. Desconocemos si algún año hubo incendio. El día de los Santos no había bailes en los salones, el salón de Ginés celebraba un bingo que se ponía muy concurrido. Las pandillas de jóvenes celebraban calderetas, para ello compraban borregos recién nacidos y despellejados y los preparaban, empezaban sobre las 24 horas del día 1, prolongándose durante toda la noche hasta la misa de Difuntos que tenía lugar por la mañana temprano del día 2.
El día de los Difuntos, después de la misa, los vecinos iban a llevarle flores a los suyos al Cementerio Católico, que estaba donde hoy está el Parque de la Cruz. En 1914 se trasladó al Cementerio nuevo.
La Navidad
El 24 de diciembre por la noche, después de la cena extraordinaria en familia, se hacían en casas de amigos unas calderetas o migas que duraban toda la noche. El día 25 había baile en los salones. La fiesta de Fin de Año no comenzó a celebrarse hasta muchos años después, bien entrado el siglo XX. En el Círculo de Artesanos había baile el 31 por la noche y, a las doce, salía la gente al Paseo a tomarse las 12 uvas cuando daba las campanadas el reloj de la torre. El día de Año Nuevo, el 1 de enero, había bailes de matiné y por la noche en el casino y los salones.