Soy del Montijo

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En el año 2002 escribí este relato donde se narra lo que nuestros abuelos nos contaron de aquél Montijo de finales del siglo XIX a mediados de los años 30 del XX.

Gracias padre Juan y madre María
por haberme transmitido aquellas historias
que nos hablaban de un Montijo muy diferente,
singular, entrañable y atrayente.

Aquella Plaza Mayor
con su pozo, su brocal y su baranda de hierro,
donde las aguadoras iban con sus burros y su rodete
a llenar los cántaros de agua.
Los casinos del Progreso y el Nuevo Reinado,
el baile de Menayo y el comercio del Castellano,
la Feria con sus cacharros y tios-vivos,

los bailes en el Patiquín y el de la tia Marina,
las zarzuelas y varietés en el Calderón.
Y en el Concejo… los Rodriguez y los Piñero,
metiendo a la clientela y sacando a los cesantes.

En la Plazuela de Herradores, hoy de los Piñero,
aquél mercado con sus verduleras y sus hortelanos,
la sastrería “La Elegante” del maestro Bernabé,
la fragua de Regalado y la zapatería de Andrés Garay.

Las posás de Zambrano y del Tórtolo
donde duermen los arrieros, con sus mulas,
los cacharros de Salvatierra, la cal de la Zarza,
los ajos de Aceuchal y las telas de Camero.
Las fondas de Francisco Menayo en la plazuela de San Antonio
y “La Positiva” en la calle del Coso.

El cuartel de la Benemérita en el palacio de los Condes,
la Casa-granero y Las Cocheras
donde antes estuvo la iglesia de San Isidro,
el taller de “Rostrogordo” con sus navajas montijanas,
y el café de Alfonso Cruz donde me entero de las noticias acontecidas,
de los amoríos y desafueros.

Subo por el cerro de la Iglesia a la parroquia de San Pedro,
y veo a sus presbíteros, diáconos, organistas, sacristanes y monaguillos.
En el atrio voy a la “Velá de los pellizcos”
para ver si meto mano en los entresijos…
Y detrás el Pósito, con sus bailes y teatros, y la Huertecilla,
subo al Piquete y al herradero de D. Alonso Torres,
dejo a mano derecha la charca de la Pijierra,
y voy al cerro de La Cruz por el camino del Cementerio.

Por las calles Ibañez Marín y Peñas, antes la Judería,
me topo con el convento de las monjas,
dejo a la izquierda los telares de la calle Arriba.
Y por las noches… las pantarujas de la calle de Santana
y de la Rinconá del Pozonuevo;
compro dulces a las Polonias y cacharros al alfarero,
y admiro la Cruz de Mayo de la siña Beatríz “la Lagarta”.
Llego a la Puerta del Sol a rezar a la ermita de Santa Ana
y a echar la corrobla al estillero.

Voy por el camino de La Centinela
y saludo a las lavanderas que van a la rivera de La Alcázaba,

al caer la tarde se ven los «pobres de la olla», los peregrinos, que suben con sus capas pardas, sus sombreros de ala ancha
y sus bastones largos con una calabaza;
llego al cerro de San Gregorio con sus peñas y candiles,
y en su ermita celebramos la romería de San Blas
para probar el chorizo y el salchichón con las niñas de veinte abriles.

En el pueblo paso por el Casino Liberal de los hermanos Piñero,
por el Círculo Republicano de los Codes,
y voy al Centro Obrero en la calle de Mérida,
allí charlo con Sebastián Gabardino, Juan Brugera, Domingo Mendoza,
Paco Gómez, Aurelio Mejías, Miguel Merino,
y con tantos compañeros.

Por la calle de Papas me voy al lejío, a ver sus eras y sus morales,
la Electro-harinera, la estación y la charca de los bueyes;
en el campo del “Santa Eulalia” veo a los Gómez y a los Rodriguez
jugando al balompié,
esos niños peras en calzoncillos corriendo detrás de una vejiga.

Paso por el Charco del Moro,
por la Casa Grande de Dª. Pepa Carbonell
y el convento de San Antonio con la huerta de los frailes
y su callejón donde se dirimen los duelos,
“Si eres hombre vente a la calleja de San Antonio”,
con sus palos dulces y sus gatos muertos.
Llego a la alameda a hartarme de algarrobas
y me voy a la carretera de la Puebla a tirarle piedras
a esos niñatos de allende de Las Cabrillas.

Andando por el camino viejo de Barbaño,
paso por El Retamal, cruzo la Puentecilla al Encinar,
atravieso la calzá romana y la laguna de Las Encantás,
llego a la ermita de nuestra patrona.
Me baño en ese rió de aguas cristalinas
lleno de jureles, bogas, machos …
y lo cruzo en la barca.
“De San Isidro venimos…”

En la plaza de Jesús celebramos la Fogata,
bajo por la calle Piñuela y me encuentro a Joaquina Charro,
joven y guapa, luchadora y solidaria,
que con sus compañeras de la Sociedad Obrera Femenina
-Maria Pino, Rosa Candado, Encarna Rodríguez Alhaja, Juana Coco, Rosa Cruz…-
hicieron posible que hoy gobiernen en el Ayuntamiento
nuestras mujeres.

Llego al barrio del Cotorrillo
atravesando la puentecilla por donde baja el arroyo del Valle,
formado por alperchines de los molinos y las aguas defecales;
en el Ejído de Los Charcos visito la ermita de Los Santos Mártires
y la charca de La Rosa con sus juncos y bayonales.

No quiero olvidarlas,
porque nosotros tenemos nuestras raíces
singulares y diferentes, propias y atrayentes.
Yo le contaré a mis nietos aquellas historias
que nos transmitieron nuestros abuelos
para que puedan decir con orgullo:
“Sí, yo soy del Montijo”.

Juan Carlos Molano Gragera
Juan Carlos Molano Gragerahttp://historiasdemontijo.com
Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

Autor

Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

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