Los carnavales tradicionales de Montijo

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Este artículo lo publiqué por primera vez en enero de 1985, editado por el Ayuntamiento bajo el título “Los antiguos carnavales de Montijo”. Después se volvió a publicar, retocado y con fotografías, en la Revista de Ferias del 2009.
Pretendía yo con él que las actuales y las nuevas generaciones conozcan el verdadero sentido y origen del Carnaval tradicional de nuestro pueblo, perdido tras la guerra civil, muy diferente a las corrientes y modas comerciales de influencia latinoamericana, entre otras, que imperan en la actualidad.
Hemos comprobado en los últimos años que se confunden las máscaras con los disfraces elegantes y que se ha entrado en una carrera por lucir el vestido más lujoso y caro, cuando esto no era la esencia del Carnaval tradicional. Han desaparecido las caretas, para tapar el rostro y poder dar rienda suelta a la imaginación, lo que ha cambiado totalmente el sentido de esta fiesta, convirtiéndose en meros disfraces.
La pérdida de una fiesta tan tradicional como fue el Carnaval durante más de cuatro décadas, prohibidos por la Dictadura, provocó un gran confusionismo en las generaciones jóvenes. La influencia de la televisión y el cine, mostrando los Carnavales más famosos de otros países – Brasil, Latinoamérica, Italia – o de otras regiones españolas – Canarias, Cádiz – ha sido enorme.
Por ello creemos conveniente recordar lo que fueron nuestros Carnavales y mostrar las diferencias y las peculiaridades con los otros citados, pues así podremos volver a recuperar algún día nuestra verdadera cultura y nuestras propias tradiciones, como ya están haciendo en otras partes de España.

Orígenes

Se encuentran vestigios de estas fiestas de invierno en muchos pueblos desde la remota antigüedad y se celebra con ellas la entrada de la primavera y el renacimiento de la naturaleza. Se trataba de un teatro colectivo, vivo, imaginativo, libre de los corsés del poder y las religiones, interpretado por el pueblo. De ahí su grandiosidad.
En los pueblos primitivos se adoraba a los animales, en los que se personificaba alguna cualidad: el buey era el dios de la mansedumbre, el león el de la agresividad, el mono el de la locura y el desenfreno, etc. Pues bien, los carnavales eran dedicados al dios Momo, por eso tenían un carácter de desenfreno y liberación de las represiones. Las comitivas que se organizaban iban presididas por un estandarte que llevaba la cara de ese dios enseñando una mueca lujuriosa.

Cuadro “El entierro de la Sardina” de Goya pintado en los años 1812-14. Real Academia de San Fernando.
En Grecia, seis siglos antes de Cristo, ya se celebraban procesiones carnavalescas dedicadas al dios Dionisos, en Roma seguría la tradición, sustituyéndose el nombre de Dionisios por Baco, por lo que se les denominaba “bacanales”. Los árabes españoles se mostraban entusiastas de estas fiestas.
Las fiestas de invierno en el oeste de la península ibérica se remontan a la época de los celtas, antes de la dominación romana. Las llamadas “mascaradas”. Desde el norte, a lo largo de la actual raya portuguesa, se celebraban estas fiestas.
En la actualidad se están revalorizando y dando a conocer. En la ciudad del noreste portugués Bragança, capital de Tras os Montes, existe el Museo Ibérico de la Máscara y del Traje, que está dividido en tres plantas: la primera dedicada a las Fiestas de Invierno de Trás-os-Montes (Zona del Duero y Montesinhos-Portugal), la segunda a las Mascaradas de Invierno de la Provincia de Zamora (España) y la tercera a las Fiestas del Entruejo (Bragança, Lazarim/Zamora) y al Aula del Artesano.
El libro «Mascaradas de la península Ibérica» del autor Óscar J. González ha catalogado un total de 321 manifestaciones de esta tradición, que hunde sus raíces en tiempos anteriores a la romanización de la Península.
La Comunidad de Castilla y León junto con Tras os Montes están pidiendo que se declaren las mascaradas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.


Foto tomada de “Zamora ya! La verdad digital”, 30 de mayo de 2019.

Caretos de Varge, Tras os Montes.

En Extremadura existen zonas donde se siguen conservando sus antiguos carnavales como el Entrueju Jurdano, en las Hurdes. La asociación Estampas Jurdanas, dirigida por el profesor y etnólogo Félix Barroso Gutiérrez, viene realizando una gran labor de valorización de estas fiestas antiguas.

Carnaval Pedro Muñoz. El Entrueju Jurdanu. Foto tomada de www.panibericana.com)

Similar a estas eran las antiguas mascaradas de El Montixo en la Edad Media.                                              Con el cristianismo estas fiestas paganas se adaptan a las nuevas creencias. Así, la palabra carnaval procede del italiano “carne vale”, y significa adiós a la carne. Representa la libertad sensual que se permitía en los días anteriores a la entrada del ayuno cuaresmal. Por ello se les denomina también Carnestolendas.

Todavía quedan vestigios de antiguos carnavales en pueblos cercanos a Montijo, como “los jurramachos” de Montanchez.

El disfraz del Jurramacho es muy particular: el objetivo principal es ocultar la identidad de la persona con cualquier ropa vieja que ya no se utilice. Para tapar el rostro se utilizan caretas o antifaces improvisados como suelen ser las mallas que los afamados jamones de la localidad a modo de máscara. El Jurramacho también debe cambiar su forma de caminar o disimular su voz para que ningún vecino sepa de quién se trata.”

Los Jurramachos de Montanchez. Foto de El Periódico Extremadura, de 13 de febrero de 2021.

El Carnaval de Montijo no es diferente, en sus rasgos generales, al de Montánchez u otros pueblos de la región. Sus orígenes son los mismos. En Montanchez son los “jurramachos”, en Montijo eran los «marimachos».

Los reyes españoles Felipe IV y Carlos III y la regente María Cristina protegieron y desarrollaron el Carnaval con los gustos italianizantes. Así, durante el siglo XVIII y el XIX se fue introduciendo en España el Carnaval veneciano, imitando los trajes y los bailes italianos. Y a finales del siglo XX se fue pasando del gusto italiano al gusto brasileño o canario, con lo que se desvirtuó, por segunda vez en la historia, nuestra auténtica fiesta.

Día del comienzo del Carnaval en Montijo

Tenía lugar el 20 de enero, San Sebastián. Durante ese día ya empezaban las pandillas de muchachos a cometer todo tipo de «gamberradas»; arrojaban tiestos y bombillas en las casas propiciando un gran susto a los vecinos.

A partir de ese día la libertad empezaba a manifestarse a través de las trastadas; con unos trozos de paños se hacían unas «pegas «, dándole forma de corazones, gatos, burros, etc. Se impregnaban de polvo de tiza y se les ataba a un hilo, después eran lanzadas a la espalda de los viandantes quedandoseles marcadas las figuras También se solían atar por las noches unas cuerdas de reja a reja de las casas, muy tensas, y cuando alguien pasaba se daba una caída enorme. Otra broma consistía en hacer un hoyo en la calle, entonces de tierra y piedras, y llenarlo de defecaciones; después se cubría con palos y papeles y al caer algún pacífico peatón quedaba lleno de inmundicias. Otras gamberrada típica consistía en regalar a un amigo un pastel, de aparente buen aspecto, pero que al cortarlo aparecían en su interior excrementos de caballerías.

Por estos motivos, los vecinos solían cerrar las puertas de sus casas en Carnaval, pues si las dejaban abiertas se exponían a recibir una regada de tierra, piedras o cántaros rotos. Las cuadrillas de jóvenes, vestidos de máscaras, entraban en las casas para cantarles a los vecinos, quienes se veían obligados a invitarlos.

En el semanario local «La Cotorra» de 27 de enero de 1895 (En él escribían regularmente, entre otros, Juan Antonio Codes Rodríguez, Roque Méndez Carnerero, Bernabé Rodríguez Mesa y Alonso Barragán Reinoso. Está considerado como el primer periódico fundado en Montijo. Apareció el 1 de enero de 1895. La administración del mismo estuvo en la calle Mérida núm. 42) se leía: «Estamos en pleno Carnaval y aunque nada haremos de más suponiéndolo menos divertido aquí que los famosos de Venecia y Roma, no por eso dejará de alegrarse y espantar el mal humor la «gente joven ‘; que aprovecha, y hace bien, toda la ocasión que se le ofrece de jolgorio y bailoteo. iPues no faltaba más!

Comenzarán, pues, los «tiestos» rebasando pestes, las piedras hechas ascuas que se tiran a las casas para entretenimiento de sus moradores, que así podrán divertirse en limpiar miserias y cuidarse las quemaduras; saldrán por las noches los grupos de «mocitas» que el domingo fueran a misa con el «rebocillo» a la cara, incapaces de quebrar un plato, diciendo a las puertas cada «pega » que causará extrañeza y escándalo en boca de la mujer más desalmada; veremos «marimachos» mostrando el zapato de vaca bajo sucia faldamenta mujeril, haciendo y diciendo algo aún más sucio, sin que nadie se sienta molestado por ello; nos divertirán los que figuran arar en las calles y dan suelta después a uncidos para que se revuelquen como las caballerías después del trabajo; los que imitan al oso que baila a compás del panadera que golpea el astraso guía entre gruñidos, y por contraposición vendrán las «estudiantinas», muy aceptables si la colecta no terminase en juerga y halagos de alguna «curda » que no debió entrar en el programa, y por fin, los bailecitos, muy corriente si en ellos falta el alcohol y otras desahogos. ¿Qué cosa más natural que divertirse y echar al aire los que pueden? Lo que no nos parece tan natural es que demos la razón a los que nos llamaran judíos, demostrando que somos incapaces de toda cultura «.

Máscaras y trajes

Veamos a continuación cómo eran las máscaras en Montijo. Los primeros trajes que aparecen documentados son el «capuchón», cuyos orígenes se remontan a las fiestas saturnales en Roma, en las que se invocaban el favor de los muertos a los malos espíritus y se creía que el mejor medio para reconciliar su amistad era vestirse como ellos. El que los personificaba vestía con una túnica blanca y se cubría el rostro con una máscara grotesca.

Con la entrada de corrientes italianizantes en los siglos XVIII y XIX existían muchas diferencias entre unas máscaras y otras, según las posibilidades económicas de quines la luciese. A unas las denominaban «máscaras lindas» porque eran lujosas, tales como las de «Reina» , de «Señora», de «Miriñaque» -que llevaba unas faldas muy anchas con aros de hierro dentro-, de polisón -que tenía unas faldas alargadas por detrás según las modas del siglo XIX-.

Los disfraces lujosos de hombre eran los de «Pierrot», de «Arlequín» y de «Dominó». El primero consistía en un traje de payaso de tela de raso blanca , con un cuello grande almidonado y unos borlones negros en el pecho; el segundo era con una blusa y unos pantalones estrechos de muchos colorines, llevando un gorro como el de Napoleón; el de Dominó era de raso con rombos blancos y negros. Estos tres disfraces son los más tradicio­nales del carnal veneciano.

Un niño montijano vestido de Pierrot en el Carnaval, el 7 de marzo de 1929. Foto cedida por Manuel Regalado.

Pareja disfrazada en el año 1931 con los trajes de Aldeana y Apache. Foto realizada por VISAM.

Los disfraces baratos eran los de «Aldeana» -similar al traje regional de asturiano-, de «Apache» -que consistía en una gorra que se colocaba de manera achulada, un pañuelo o blanco o rojo al cuello metido entre la camisa, una chaquetilla entallada y muy corta y un pantalón estrecho de color negro-, introducido este traje en nuestro pueblo las ‘ compañías de teatro que bailaban -imitando a los barrios bajos del Sena de París- el tango apache. El traje de «Viuda» era de tela de raso negra , género brocatelli , con un mantón negro en la cabe za que caía en la espalda . El de «Peinadora» llevaba un bolso con peines, toallas y demás enseres de esta profesión . Las «máscaras feas » eran los «capuchones» que imitaban a los muertos como dijimos anteriormente.

Los disfraces se hacían en las casas o se arrendaban en algunas tiendas especializadas (como la de «Los Niños» de Juan López, en la calle Castelar, y «La Japonesa» de Antonio Agudo, en la Plaza). Los comercios de Montijo decoraban sus escaparates de productos del Carnaval lo que daba ambiente al pueblo en esas fechas .  «Las caretas» eran de dos formas, o bien consistían en antifaces con una tela triangular debajo que tapaba toda la cara, o eran de cartón imitando un rostro de vieja, de muerto, etc.

Manuel Rodríguez Pérez recogió una crónica aparecida en un periódico de Badajoz de la fiesta de Las Candelas, en Montijo, en 1925:

«BAILE DE MASCARAS EN EL CLUB DEPORTIVO DE MONTIJO

Febrero de 1925.– Llegó el carnaval con su extraño atavío de mascaras. Llegó para traernos envueltos en las gasas multicolores de sus disfraces. Nos lleva a los salones del Club Deportivo donde ha de celebrarse con magnifico baile de máscaras la festividad de las Candelas.

El salón presenta un aspecto maravilloso. Vemos revolotear como ágiles mariposas grupos de alegres mascaritas formando ensordecedor murmullo. Recorremos el salón y vamos adivinando los nombres.

Son las primeras en aparecer a nuestra vista las encantadoras Mercedes Almaza, Isabel Rodríguez, Fernanda Durán, María Rodríguez, María Gragera, Filomena Durán, que visten preciosos trajes de apache.

Vemos entrar, honrando nuestro salón, a las magestuosas señoritas de Gragera, Vivas y Martínez. Se oye el piano; las notas del himno del Club Deportivo de las mágicas manos de doña Rafaela Guisado. Por una de las puertas del salón aparecen un temible equipo de fútbol que, luciendo los colores blanco y azul, ostentando orgulloso en su pecho el escudo glorioso del Deportivo. Forman el once las monísimas María Rivera que va de portera, Josefa López, Juana Rodríguez, María Gómez, Soledad Almaza, Manuela Menayo, Amalia Torres, Juana y Josefa Lozano, Elisa Rodríguez y Ana Marín. Saludamos a las bellísimas señoritas de Vila, Gómez Arrones, Juana Menayo, Cipriana Gallardo, Eulogia Menayo y María Vega.

Daban realce con su hermosura a los preciosos trajes de pierrot las angelicales Paca Marín, Ana e Isabel Fuentes, María Rios, Placida Sánchez y Anita Lozano. Precioso grupo formaban estas simpáticas mujeres, a los que tienen la fortuna de conocerlas. Envueltas en bonitos disfraces de colombinas, lucían los encantos las adorables y bellas Ana Villares, María y Teresa Polo y Manuela Pajuelo.

De damas del misterio vestían las preciosas y simpatiquísimas Alfonsa Villares, Ángeles Ramos, Olalla Gómez, Manuela López y Antonia Cabeza.

Cual nítidas palomas, lucían albos capuchones que daban gran realce a su hermosura, las elegantes, Juana Bautista, Filomena Durán Bautista, Josefa Fuentes y Pilar Moreno. De charra vestía la graciosísima Eulalia Rodríguez. La monísima Rosa Sánchez lucia un precioso traje de aldeana.

Y con traje de baturras vimos a las simpáticas Cándida Cerro e Isabel Reyes. Tuvimos el gusto de admirar la belleza y hermosura de las señoritas de Codes, Asunción Moro, Rosalía Cabo, Concha Moreno, Eulalia Sánchez, Eugenia Sierra, Tomasa Conejo, Antonia Carretero, María y Catalina Gómez, María Rodríguez Alarcón y hermanas, Micaela Serrano, Josefa Reyes, Baldomera Pinilla y quizás otras hermosuras que no nos permite recordar y a quienes rogamos muy en veras nos perdonen.

Al ritmo de la música, las parejas danzan en interminables vaivenes llevando tras ellas la estela luminosa de los mil colores de sus disfraces. Fulgores infinitos de soñadores ojos irradian la luz vivísima de sus miradas de fuego, apresando en las redes de sus pestañas de seda corazones sedientos de su luz.»

En el Teatro Calderón había premios a las máscaras más imaginativas. Manuel Rodríguez Pérez recogió otra crónica de un periódico de Badajoz, de marzo de 2022:

DONATIVO. Entre los festejos organizados en el Teatro Calderón de la Barca, durante las pasadas noches de Carnaval, se contaron los imprescindibles premios regalados a las máscaras mejor ataviadas.
La simpática niña María del Viejo Vivas, de doce años de edad, obtuvo uno de ellos consistente en algunos paquetes de bombones y cinco pesetas en metálico. Dicha niña, aunque no es agasajada por la fortuna, no deja por eso de ser rica por sus sentimientos humanitarios, dignos de alabanza e imitación.
Con las cinco pesetas obtenidas en el concurso –dijo- puedo dar de comer a algún pobre ruso y Dios me lo premiará por otro lado”; y así lo ha hecho, enviando la cantidad indicada para engrosar la suscripción abierta…”
Otro aspecto fundamental de estas fiestas es la profusión de coplillas que inventaban los anónimos autores y se cantaban en Montijo:

«Ya vienen los Carnavales,

la venta de las mujeres,

la que no le salga novio

que aguarde al año que viene.

Con este pie me sostengo,

con el otro doy la vuelta ,

la que quiera ser mi novia

que tenga la puerta abierta.

Anda diciendo tu padre

que la gallina no pone,

tu te comes los huevos,

y me tiras los cascarones.

Anda diciendo tu madre

que no me quieres por pobre,

es más pobre la cigüeña

que hace el nidito en la torre.»


Está lloviendo en el campo

y mi amor se moja,

quién fuera un arbolito

con cuatro hojas.

Si esta calle fuera mia,

yo la mandaría arreglar,

con naranjos y limones,

y en cada esquina un rosal.

Los barquitos navegando

y los nardos de colores,

más guapa mi morena

que los rayitos del sol.”

«Febrerillo el loco» iniciaba su andadura con las fiestas Santa Brígida, Las Candelas y San Blas.                Tras la caída de la I República y el establecimiento de la Restauración Monárquica en 1874, se endurecieron las ordenanzas municipales contra los «abusos» del Carnaval. Sirvan como ejemplo las aprobadas por el Ayuntamiento de Lobón el día 17 de marzo de 1875 y refrendadas por la Diputación de Badajoz, en las que se dice: «En los tres días de Carnaval y Domingo de Piñata será permitido andar por las calles con disfraz, careta o máscara, sin que pueda hacerse uso de vestiduras de Ministros de la religión, trajes de funcionarios públicos y militares, bajo la multa de 2 a 5 pesetas, así como andar de noche sin persona que las garantice «.

Las Ordenanzas de Lobón regulan también la prohibición del uso de armas durante el Carnaval ( Archivo Municipal de Lobón. Legajo 31, Carpeta 9). Agradezco a Manuel García Cienfuegos la cesión de estos documentos.

Las Candelas

El 2 de febrero era la festividad de la Virgen de la Candelaria. Conocida también como la Purificación. En el año 1764 la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, que era la encargada de dicha festividad, pagaba «Item. es data de diez reales que pago por la vela y las pichones para el día de la festividad de La Candelaria » (recogido por Manuel García Cienfuegos en su libro “Montijo, notas de interés histórico (XVIII ­ XIX) . Montijo 1983, página 102.

Asimismo, el Libro de Respuestas Generales del año 1753, en la respuesta a la vigésima quinta pregunta dice que la villa paga “ciento y noventa reales de gastos de cera el día de lo Purificación «, (Libro de Seglares, Respuestas Generales, Catastro Marqués de la Ensenada, Archivo Municipal de Montijo. Folio 14 vuelto).

De madrugada se sacaba de la parroquia a la imagen en procesión alrededor del Campo de la Iglesia; las mujeres portaban velas encendidas (de ahí las Candelas) y existía la creencia que, si se apagaban la que llevaba la Virgen, iba a ser un mal año para la agricultura. Si llegaban encendidas a la iglesia era signo de que el año sería bueno.

Las mujeres se llevaban las velas a sus casas y en los días de tormenta las encendían para librarse de los rayos. Desde bien temprano aparecían las primeras máscaras que eran cuadrilIas de jóvenes, seguidas de una legión de chiquillos corriendo detrás al son de acordeones, guitarras y panderetas que eran los instrumentos que se utilizaban para acompañar a las coplas de Carnaval. Eras las Ilamadas «estudiantinas» que entraban en las casas a cantar para que le diesen dinero o vino.

Estudiantina vestida con los trajes de Dominó, dirigida por doña Rafaela Guisado, durante la actuación en el baile de máscaras del Teatro Calderón, año 1932. Los chicos eran los hermanos Gómez Rodríguez, los hermanos Rodríguez «los lateros», los hermanos del Viejo, los Vila, etc. que jugaban en el club de fútbol. Entre las chicas estaban Amalia Torres, las hermanas Garay, Dolores Gallardo, etc. Foto de Cecílio Rodríguez.

Alguna cuadrilIa o chirigota con salero hacía alguna parodia de un hecho relevante de aquellos momentos, como la integrada por José Luís Calero, Cecilio Rodríguez, Ángel de los Santos, Lorenzo Núñez, etc.

La chirigota más famosa de los Carnavales montljanos (año 1931) en la Plaza. Foto de Cecilio Rodríguez.

No solamente se vestían los jóvenes, sino algunos casados cuarentones, y otros se limitaban a sentarse en las puertas de sus casas para verlos pasar. Otros, más activos, preferían ponerse a jugar en las esquinas de las calles: cogían un viejo cántaro que tenían guardado para estos días, salían corriendo y se lo tiraban de uno a otro para ver a quien se le caía . Nadie deseaba que se le cayese el cántaro, pues debían soportar las risas y los «mandaos» que le ponían los amigos y que consistía en hacer algo que le diera vergüenza.

Por la noche se celebraban los «bailes de máscaras»; unos eran públicos y otros eran arrendados por los jóvenes, quienes hacían invitaciones para sus amistades. A éstos últimos se les denominaba «bailes de sociedad».

En los libros de Actas del Ayuntamiento podemos leer en la sesión del 8 de enero de 1855: «Domingo Capilla, en nombre de varios jóvenes, solicita autorización y se la conceden para celebrar «baile de máscaras» durante los días de Carnaval en el local del Pósito «. El edificio del Pósito se convirtió en el colegio «Giner de los Ríos «, posteriormente Padre Manjón y actual Centro Cultural Ana González Zoido, que se destinaba a granero municipal desde finales del siglo XVIII y servía para dar baile y representaciones de obras de teatros El popularmente llamado «El Granero» era el más concurrido de todos hasta que se construyó el Teatro Calderón. En este edificio, la sociedad montijana «López de Ayala» representó, en los años finales del siglo XIX, varias obras de teatro y veladas literarias. Las obras finalizaron en el año 1904. Manuel Rodríguez Pérez recogió una noticia de un periódico de Badajoz de febrero de1893: «En el Montijo ha sido el Carnaval tan fecundo en riñas y peloteras, por consecuencia del vino, que se han instruido nada menos que ocho causas criminales.
El guardia municipal Nicasio Quintana ha resultado gravemente herido por un vecino de la calle Papas. Parece ser que este guardia halló al joven, de una familia regularmente acomodada, en estado de embriaguez y, para evitar que le ocurriera alguna peripecia, le condujo a su casa.
Al abrirle la madre la puerta, invitó al guardia para que entrase y, aunque este no quería hacerlo, se obstinó tanto en que había de convidarlo que por fin se adentro el Quintana en la casa; pero apenas había traspasado los umbrales de la puerta recibió una tremenda puñalada sin que, por lo inesperado, pudiera evitarse. Según nos comunican son frecuentes en este pueblo en los días festivos las borracheras y escándalos.»

En la revista «La Cotorra» del 3 de febrero de 1895, en su número 5, se decía «Orgullosa puede sentirse la galante sociedad «La Unión » por haber sabido organizar uno de los bailes más brillantes que hemos visto en nuestro pueblo. El amplio y regio salón de Mantellés era pequeño para contener la numerosa y selecta concurrencia que en él había dado cita. Las más bellas y distinguidas montijanas encontrábanse allí, formando deliciosa exposición de caras bonitas, a la vez que lucían pintoresco y caprichosos disfraces, tan graciosos como elegantes. A las ocho y media de la noche, la extraordinaria iluminación que reinaba aquel ensordecedor griterío propio de las primeras horas de los «bailes de máscaras”, nos hacia adivinar lo que resultaría después del cansancio, cuando fatigadas por la asfixiante atmósfera llegase el momento ton deseado de bajar el antifaz…».

El casino de «La Unión» estuvo donde hoy está el Círculo de Artesanos «El Progreso».

En los Carnavales, las máscaras no hablaban con su voz normal, sino que utilizaban el falsete y los chillidos, desvirtuando con ello sus voces para no ser reconocidos.

Otros bailes del momento eran los de Cipriano Prieto y Nicasio Prieto. A partir de 1905, al construirse el Teatro Calderón, se convertiría en el salón más concurrido por las noches. Para ello se quitaban las butacas, se engalanaban con serpentinas y colgaduras y tocaba la banda de Rodrigo Rico Melara. Como empezaba tarde y los clientes bebían mucho, era bastante peligroso ya que había muchos “descontrolados”; se interpretaban los tipos de bailes de la época como pasodobles, valses, polcas, rigodón, etc. Entre baile y baile se formaban corrillos y se paseaba de un lado para otro, y como el suelo era de madera, se formaba una polvareda enorme que impedía ver el techo del salón. Con la embriaguez y el anonimato se hacían payasadas o atrevimientos inimaginables en la vida ordinaria. Los confetis y las serpentinas inundaban el recinto, por lo que todas las mañana había que sacar cestos llenos de papel que se vertían en el Callejón del Esquileo (actual calle de Valdelacalzada).

En el salón del Ayuntamiento también se realizaban «bailes de máscaras» para lo más distinguido de la localidad.

Cartel propagandístico de un baile de Carnaval en el Teatro Calderón. La imaginación del empresario Álvaro Torres se deja ver en el texto, aprovechando que Europa estaba viviendo la I Guerra Mundial.

En un artículo del periódico local «Gente Nueva» (decenario independiente, apareció el 6/1/1920, su director fue Francisco Merino, los redactores Alfonso Gómez, Horacio López, Angel Huertas Cadenas y R. López. El administrador fue Félix Lozano) de 16 de febrero de 1920 leemos: «… comparsas de máscaras, gente alegre, recorren en tropel can jubiloso flameo de no ser conocidas… ¡Qué no me conoces, qué no!

¡Sí!, no te conozco, no quiero conocerte, quiero contigo fomentar en estos días el honor a la locura, mascarita desconocida.

Alegrémosnos, si cantando y riendo, olvidando la soledad y el dolor que nos espera en el eterno momento del reposo que nos acecha emboscado tras los futuros días que llegarán… el día de Candelas abundaron un numero considerable de máscaras que recorrían calles y paseos con vistosos disfraces, viéndose todos los bailes por la noche concurridísimos. Los salones de «Nuevo Reinado”, “Menayo” y «Ginés”, con la músico alegre y clásico de sus organillos… En el Ayuntamiento, en un salón de este edificio, se reunió lo más chic de las señoritas de la localidad…”

El Salón «Nuevo Reinado» o baile de Pajuelo (posteriormente baile de la Jorge al cambiar de dueños y actual comercio de Agudo), en la Plaza, era el ambiente más selecto.

San Blas

El día 3 de febrero se celebraba la romería en el cerro de San Gregario en el que se degustaban los productos recién curados de la matanza y por la noche tenían lugar los bailes de máscaras igual que el día de Las Candelas, Así terminaba la fiesta de San Blas una de las más grandes de Montijo por aquellos años.

A continuación de San Blas se celebraban «el Jueves de Compadres y el Jueves de Comadres» en el cerro de San Gregorio. Estas dos fiestas sucesivas consistían en subir al cerro pandillas de jóvenes con la finalidad de pasar la tarde.

El juego fundamental era el de introducir en un cesto o sombrero unas papeletas con los nombres de los asistentes, sacándose de dos en dos y estos eran eran declarados compadres o comadres para toda la vida. Nacía de esta forma entre ellos un lazo de amistad y ayuda mutua que duraría durante toda la vida. Cantaban, bailaban, tocaban las guitarras y las panderetas, hacían juegos como el de la soga, el del aro, el escondite, etc. y comían “la merendilla” acompañada por buen vino. Durante esas noches no había bailes ni juergas en las casas.

A estas fiestas se desplazaban bastantes vecinos, aunque no tantos como en la romería de San Blas donde iba todo el pueblo. Fiesta que desapareció en Montijo a comienzos del siglo XX, no volviéndose a recuperar más.

El Domingo Gordo

Equiparable al actual Domingo de Carnaval, se celebraba el domingo siguiente al Jueves de Comadres y era la principal fiesta de los Carnavales. Durante ese día todo el pueblo de Montijo se volcaba en la calle desde por la mañana; las cuadrillas de mozos vestidos de máscaras recorrían las plazas y vías bailando y dando «chillidos», hablando en «falsete » para que no les pudieran reconocer (como hacen los Jurramachos en Montánchez).

Como indica su propio nombre, era el culmen del Carnaval. Por la noche, todos los salones celebraban bailes de máscaras, poniéndose a tope. El centro del pueblo era un espectáculo fantasmagórico por el ruido, las «máscaras» corriendo y provocando a los viandantes. La banda de música que tocaba en el Teatro Calderón salía al paseo de la Plaza interpretando algunas piezas con el fin de llevarse al público hacia el baile.

Después de este domingo venían los que se denominaban:

Los tres días de Antruejo

Se correspondía con los actuales de Lunes, Martes de Carnaval y Miércoles de Ceniza. La palabra «Antruejo» es una deformación del latín Introitos que significa entrada . Con ella se quería anunciar la llegada de la Cuaresma. A estos días también se les denominaba las «Carnestolendas», es decir, «retirar la carne «, pues como todo sabemos durante la Cuaresma no se podía comer ese alimento por exigencias de la Iglesia católica.

Los labradores celebraban una quincena (descanso en el pueblo después de pasarse 15 días en los cortijos trabajando) larga, de cuatro días, que era posible porque en esa época del año no había apenas faenas en el campo. Los artesanos trabajaban en sus talleres solamente por las mañanas a fin de descansar por las tardes pues las noches eran agotadoras.

Eran tres noches seguidas de desenfreno y liberación, un escape necesario, para soportar las diferentes represiones de la época (laboral , sexual, religiosa, etc.).

El entierro de la sardina

El Miércoles de Ceniza abría la Cuaresma con lo que se entraba en un período de abstinencia. En la antigua Roma finalizaban «Las Bacanales » (precursoras del Carnaval) con el entierro de Baco. En España se iría transformando adaptándolas a los períodos religiosos. Después de la gula y el desenfreno venía el ayuno y el recogimiento .

En Montijo esta fiesta consistía en un simulacro de entierro, donde los jóvenes salían al atardecer vestidos con los típicos «capuchones » formando dos filas, como una procesión medieval. Cuatro de los encapuchados portaban unas andas donde llevaban una caja de sardinas y garrafa de vino que se tapaban con un paño blanco simulando un muerto.

No tenían un recorrido prefijado, sino que iban a su aire y no solía haber espectadores en masa. De vez en cuando se paraba la comitiva para «echar un responso» a las sardinas. Esto consistía en beber un trago de vino y cantar los estribillos:

«Pobre sardina ya se murió,

le cantaremos el Kirieleison.

Pobre sardina que triste está,

Porque se acaba el Carnaval.

¡La calavera al conquiiiii !”

Las máscaras de la comitiva solían llevar escobones de retamas con las que pegaban a los mirones que encontraban a su paso.

Uno llevaba el estandarte de «Momo», otro simulaba un sacerdote y era el que echaba los responsos y otro rociaba con una brocha y un cubo de agua.

Entierro de la Sardina a comienzos de los años 80. Foto de Cristóbal Chavez Gragera,

Esta fiesta era sólo para hombres, y finalizaban todos embriagados.

Durante las paradas envolvían sardinas crudas con papel de estraza y las estripaban en los marcos de las puertas de las casas. Por lo que se ve era un bocado apetitoso. Después de recorrer las calles del pueblo terminaba en el Ejido la fiesta, donde asaban las sardinas. Durante esa noche no había bailes de máscaras.

Esta fiesta desapareció antes de la II República, aunque los niños montijanos continuarían saliendo en esa fecha portando una sandía hueca en unas andas; le cortaban varios trozos simulando una calavera, ponían una vela dentro y canta­ban la misma canción arriba expuesta. Esto fue lo único que quedó del tradicional Entierro de la Sardina.

El Domingo de Piñata

Con esta fiesta finalizaban los Carnavales, pero no por ello era un día triste. La tristeza llegaba al día siguiente. Desde por la mañana temprano se veían máscaras corriendo por el pueblo con gran sarcasmo y jolgorio. Al anochecer comenzaban los bailes en los salones. Una de las coplas que se cantaban en este día decía:

«Un Domingo de Piñata

de gitano me vestí,

y me fui a un salón de baile

a donde a mi novia vi.

¡Oiga usted, buena gitana!

Oigame con compasión,

haga el favor de decirme

la suerte que tengo yo.

Eres rubio y bien lo sabes,

y tienes buen corazón,

pero tienes una falta,

que estás engañando a dos.

Una rubia, una morena,

una guapa como el sol.

No te cases con la rubia

que serás un desgraciado,

cásate con la morena

y serás afortunado»

Otra versión de comienzos del siglo XX era la siguiente:

“El domingo de Piñata

un automóvil sonó,

creyendo que era Soriano,

todo el mundo se asomó.

Era Andresito Valverde,

que venia a visitar

los enfermos que tenia

en la «Puebla la Calzá.”

Rodrigo Soriano era un famoso republicano y Andrés Valverde era un médico de Badajoz también republicano.

Veamos algunas crónicas de este domingo en el año 1895: en el baile de «La Unión» “asiste una comparsa o piquete de serenos de Berlín, ataviados con mantos negros, adornados con estrellas de plata y bandas extensas de blanquísimas plumas, anchos sombreros adornados de los mismo, chuzo y farol en la siniestra, bocina de alarma en la derecha… Todas las mujeres vestían disfraces, así como los hombres, vestidos de grotescos disfraces: monjes, caballeros…» (publicado en el Semanario Independiente «La Cotorra», número 9, del 3 de marzo de 1895).

En «Gente Joven» del 25 de febrero de 1920 leemos «Con grandes y animados bailes, favorecidos por un espléndido día, se fue el Domingo de Piñata, digno remate de las carnestolendas. «Momo» en estos días ha reído sarcásticamente, dejando sobre la juventud ávida de ilusorios placeres, las huellas de la languidez y depresión que estas fiestas producen.

el Carnaval, fiesta a propósito para borrar de nuestra imaginación el dolor que tendía a agobiarnos; ¿cómo? Confundiéndonos entre las máscaras, alborozarnos con su júbilo y reír con sus gritos y alegrías; aprendiendo a reír en ésta época, que tiende a desaparecer, sólo el contento es positivo.

¡con qué graciosa coquetería y tono de buen gusto iban algunas mascaritas! …”

En esa noche se celebraba en el Teatro Calderón el baile de Piñata. Se llamaba así porque se colgaba del techo un paquete grande lleno de objetos artísticos, dinero, botes de perfume y dulces. Era una sorpresa que todo el mundo estaba esperando y deseando ver.

Al final de la noche y al dar la salida, las parejas empezaban a bailar un vals corrido llevando el hombre un punzón en la mano. El juego consistía en introducirlo, sin soltar a la pareja, por una anilla que colgaba de la piñata. Era difícil la operación porque se encontraba la argolla bastante alta y no se llegaba con facilidad. Las parejas pasaban a su lado dando intentos fallidos hasta que alguien acertaba y ganaba la caja de sorpresas, que a veces encerraba palomas o gallinas que salían volando al destapar el cajón.

Y de esta forma terminaba el Carnaval montijano para dar comienzo al período de recogimiento que finalizaba el “sábado de Gloria”. Decía una crónica de “La Cotorra” del 10 de marzo de 1895: “Adiós, memorable carnaval; pasaste como ráfaga brillante que, impresionando la retina, lleva al alma las más grandes emociones… Adiós Carnaval, dí a tus antecesores que te llevas tras sí los más gratos recuerdos, que la noche de Piñata te hicieron las bellas montijanas la más entusiasta despedida…”

Y este fue nuestro Carnaval hasta la guerra civil de 1936. Por un decreto se suprimieron el uso de caretas, siendo obligatorio llevar el rostro descubierto con el fin de evitar represalias personales aprovechando el anonimato. Los vencedores temían revanchas de las víctimas.

Una Orden del Ministerio de Gobernación, de 12 de febrero de 1940, reglamentó el uso del Carnaval muy estrictamente, A los periódicos se envió la circular número 220 de la Dirección General de Prensa para que no comentasen la suspensión.

Tras la guerra civil continuó celebrándose durante algunos años el Carnaval hasta que desapareció. Hasta mediados de los cuarenta se seguirían celebrando bailes de Carnaval en Montijo, pero perdieron su espontaneidad e importancia, languideciendo progresivamente hasta que desaparecieron.

Disfrazados en el Carnaval de principios de los años 40. Foto cedida por María Mate Redondo.

Pareja de montijanos en los Carnavales de principios de los años 40. Foto cedida por Pedro Rodríguez.

                                     Baile de piñata en la posguerra. Foto de Isabel Capote Rodríguez.

En otros pueblos de la región, como Montánchez, se resistieron a quitarse las caretas y han sobrevivido en su estado primitivo. Otras ciudades del Estado, como Cádiz, Isla Cristina o Canarias, continuarían con la tradición aunque tuvieron que denominarle «Fiestas típicas de invierno» y salir sin las caretas.

El renacer en la Transición

En Montijo renació de nuevo el Carnaval en 1980 con la llegada del primer Ayuntamiento democrático en 1979, antes incluso que se restableciese en la ciudad de Badajoz. Venían bastantes personas de esta ciudad y de Mérida a ver el carnaval montijano para después establecerlos en ellas. Hay que destacar a una persona que sirvió de icono en los primeros años: Juan Méndez, el jardinero municipal, que se entregó apasionadamente a su organización para dar brillantez e importancia a estas fiestas. En los desfiles se travestía de “Reina de Carnaval” y varios amigos suyos de Mérida, encabezados por un Practicante, eran sus “Damas de Honor”. Un rival fuerte para Juan era el travesti  Raquel, natural de Puebla de la Calzada que vivía en Madrid y no faltaba aquellos años al Carnaval de Montijo.

Desfile de Carnaval de 1981 saliendo del campo de fútbol. En el centro el popular Juan Méndez vestido de Reina de Carnaval acompañado por sus Damas de Honor. Foto de Caty Soltero López.

El mismo día saliendo el desfile del campo de fútbol. Foto de Caty Soltero López.

Las máscaras y marimachos salían a la calle, con el rostro tapado. Foto de Caty Soltero López.

Desfile de Carnaval en 1983. En la foto vemos a la derecha a Juan Méndez acompañado por sus amigos de Mérida. Foto de Cristóbal Chavez Gragera.

Entierro de la Sardina a mediados de los años 80. Foto de Crónicas de un Pueblo.

El alcalde y concejales del PCE y el PSOE también se vestían y participaban activamente de esta fiesta. Un grupo que también impulsó activamente los primeros carnavales fue el que encabezaba Francisco Serrano. Ellos ya venían participando, desde años antes, en el carnaval de Isla Cristina (Huelva) donde no habían desaparecido en la Dictadura.

Escribió Manuel García Cienfuegos, en su perfil de facebook, el día 17 de enero de 2021: “… Cuando 1983, trajo una buena nevada en Montijo. Concretamente el 11 de febrero para ser exactos. A los pocos días salía el desfile Carnaval que tanto gustaba a quien fue su reina tan popular: Juan Méndez, la Juani. Y en aquel largo desfile participó la comparsa “Los incompatibles”, basada en la ley sobre las incompatibilidades de los funcionarios. Otro año salieron de abejas (por la expropiación de Rumasa), y hasta sacaron un tren por la retirada (año 1985) del tren de cercanías “El Camello”. Extremadura y por ende los extremeños siempre a cuestas con el tren. Uno de sus componentes era Francisco Serrano, que como muestran las fotos, desde siempre sintió, ha sentido y siente pasión por el Carnaval…»

Otro montijano que animaba individualmente los desfiles, caracterizado siempre de montijanos populares, es Antonio Ortega.

Los primeros bailes de máscaras que organizó el Ayuntamiento fueron en el Cine Emperatriz, que ya estaba cerrado, en los Salones Conde y en la discoteca Fashion.
Video de los Carnavales montijanos de 1984 realizado por Antonio Álvarez Moreno:

https://www.facebook.com/antonio.alvarezmoreno.9/videos/827419057367557

Marimachos en el Bar Sury Mury.

La comparsa “Los Pájaros” de Loly Carretero, Manoli de la O, etc., ganaron el 1º premio en el año 1985. Tocaban la guitarra Luís Núñez y su hermano Alfonso. Foto de SANFER.

Podríamos hablar también de las primeras comparsas y chirigotas que se organizaron en los primeros años del carnaval montijano durante la Transición, con mucha ilusión y alegría, intentando conservar nuestra tradición de las “mascaritas” y los “marimachos”. Hasta que llegaron los disfraces de plumas y plástico influenciados por los carnavales de Badajoz, de Tenerife y de Latinoamérica, potenciados por las televisiones y los ayuntamientos.

Juan Carlos Molano Gragera
Juan Carlos Molano Gragerahttp://historiasdemontijo.com
Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

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Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

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