La arquitectura tradicional de Montijo

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Este estudio lo expuse en un programa de Radio Montijo-Onda Cero que se llamaba “Historias de Montijo”, el día 5 de septiembre de 2001. Ahora lo amplío con más texto sacado del “Catálogo del Patrimonio Histórico, Artístico, Ambiental y Cultural de Montijo”, escrito por José María Rodríguez Dávila, y de “Extremadura popular. Casas y pueblos”, escrito por Alberto González Rodríguez.

En 1980 realizamos la primera Corporación Municipal democrática, en la Biblioteca que estaba en los bajos de la Plaza de Abastos, una conferencia sobre «Conservación de la personalidad arquitectónica de los pueblos extremeños», a cargo del director del gabinete técnico del Ministerio de Cultura Alberto González Rodríguez, y organizada por la Delegación de Vivienda y Urbanismo del Ayuntamiento. En las octavillas de propaganda se hacía un llamamiento: «Respetemos la arquitectura tradicional de nuestro pueblo y no la destruyamos con elementos extraños».  Se trataba de concienciar a los vecinos para que no siguieran falseando nuestra arquitectura propia.

Estilos arquitectónicos

En el casco urbano de Montijo se superponen varias tipologías de edificios que responden a los estilos arquitectónicos en boga en cada época histórica. No podemos hablar pues de un solo tipo de vivienda o construcción de la Villa de Montijo.
La zona Badajoz-Mérida-Don Benito responde a una transición entre la comarca cacereña (de casas austeras con paredes de piedra y portados de granito) y la Baja Extremadura (de casas barrocas y encaladas ).
Hagamos un repaso breve de los estilos que han prevalecido en Montijo, por orden cronológico, y sin explicar los detalles de los mismos, pues existen estudios muy documentados al respecto:

1ª) El casco medieval construido en los siglos XIV al XVI: existen desgraciadamente pocos restos de construcciones de esa época. Podemos apreciarlo en los planos de la Casa de la Encomienda, en los restos de la Iglesia de San Isidro, en la Plaza de Cervantes, en la nave central gótica de la Iglesia de San Pedro; en algunas casas de estilo mudejar con portadas y cornisas de ladrillo: en la Ermita de Santa Ana en su artesanado de madera y en su patio mudejar; en las celosías de algunas casas; y fuera del casco en la Ermita y parte del Monasterio de Loriana.

2ª) El ensanche renacentista del casco urbano, llevado a cabo por el I Conde de Montijo a finales del XVI; lo observamos en la Sala del Concejo primitiva; en la portada principal, crucero y torre de la Iglesia de San Pedro; en las portadas y patio grande del Convento de las monjas; en la Puentecilla del camino viejo de Barbaño; ó en el patio del Monasterio de Loriana.

3ª) El barroco también entraría en Montijo durante los siglos XVII y
XVIII. Se trataba de un arte decorativo que usaba colores vivos (rojos, azules, amarillos) que alcanzó su máximo desarrollo en Extremadura en Jerez de los Caballeros (iglesias de San Miguel y San Bartolomé).
Los Condes de Montijo eran de Villanueva del Fresno y tenían mucha influencia de aquella ciudad.
En Montijo tenemos muestras de este estilo en la fachada del Convento de las monjas (la espadaña con sus molduras y esgrafiados, sus tapias cubiertas con cal ejecutadas en ladrillo aplantillado, los blasones y hornacina de la puerta); en la desaparecida fachada del Palacio de los Condes, encalada, con su cornisa neoclásica y escudo barroco; en los retablos de las desaparecidas Ermitas de Santa Ana y Los Mártires, en la Iglesia de Jesús, en la Ermita de San Gregorio; en los escudos de los Bérriz, los Ramas y los Calderones; en los miradores de algunas casas, en las casas hidalgas encaladas que aún quedan en la calle Santa Ana.

4ª) El Neoclasicismo surgió a mediados del siglo XIX de la mano de la burguesía liberal y fue una vuelta a los estilos clásicos, reproduciendo en el lucido de las casas columnas jónicas ó formas de aquellos. Lo observamos en la Casa del Navegante; en la desaparecida fachada de la Casa Consistorial de 1.843 y de la Casa Grande de los Thomas; ó en casas de las plazuelas de los Bootello, de los Piñero ó de Cervantes, y en las calles Carreras, Alameda, Mérida, Porras, etc.

5ª) El Eclecticismo comenzará a finales del XIX partiendo del Clasicismo. Lo desarrollaría la burguesía en sus edificios industriales, políticos y recreativos. En Montijo lo vemos en la desaparecida fachada del Círculo de Artesanos de 1.914, en la Fábrica Electro-Harinera ó en la fachada del Ayuntamiento de 1.926.

6ª) El Modernismo llegaría a Extremadura más tarde que al resto de España, a principios del XX. En Montijo entró de la mano del maestro alarife Modesto Cabezas de la Riva. Existían muestras, ya desgraciadamente desaparecidas, como la Bodega de Alonso García en la calle Carreras, etc.

7ª) El Neogótico y el Neomudejar también entró en Montijo de la mano de los constructores Cristóbal Sánchez Garcia, Modesto Cabezas de la Riva y Antonio del Viejo Barrena. Lo observamos en la nave industrial de Alonso García existente en el Callejón de la Zorra desgraciadamente en ruinas, la antigua Carpintería de Antoñé Peris en la calle Virgen de Guadalupe, en la fachada del Salón Moderno, etc., todos desaparecidos.

8ª) El Racionalismo, construcción de lineas rectas y simples1entrará
tarde en Montijo, por los años sesenta. Lo podemos ver en bloques de pisos de la barriada Juan XXIII, de CARCESA, de la Plazuela de los Piñero, de la Plaza de España, de la Huerta de los Condes, el Molino, en el nuevo Silo del SENPA etc.

La casa tradicional de Montijo

Según el sector social al que pertenecía el propietario ó su poder económico, podemos ver varios tipos de casas: las clases populares solían hacerse medias casas de una sola planta, con el pasillo central y las habitaciones a un lado de él; otros le hacían un pequeño doblado que servia de almacén y para aislarles de las inclemencias del tiempo; la techumbre era de maderos y tablas.

Los labradores se construían la típica «casa de colada» con pasillo central, con su doblado. La burguesía se hacían casas grandes con dos ó tres ventanas a cada lado del pasillo y con dos plantas, más un dobladillo.

La casa de colada con pasillo central

Antigua casa de labradores, cuya última propietaria fue Pilar Barragán en la calle de Arcos. Fue derribada.

Casa de labradores en la calle Santa Ana, engalanada en una fiesta. Foto de María José Soltero López.

Esta descripción me la hizo el maestro de obras Antonio del Viejo Barrena en los años ochenta.

Surge en Extremadura durante el siglo XVI entre los labradores. Las paredes eran de tapial aunque en las plantas bajas usaban la mampostería con piedras, pues habla abundancia de canteras cercanas en San Gregorio y La Centinela .
En el camino viejo de Barbaño -en El Encinar- estaban los hornos de fabricación de ladrillos y tejas propiedad de las Cofradías y de los alarifes; en la Charca de los Bueyes había unos hornos donde se hacían los ladrillos «de la pergaña negra» que eran muy defectuosos pues no se podía profundizar más de medio metro.
Los muros de carga de las tres crujías eran anchos. Los tabiques eran las paredes transversales y las separaciones.
Esta casa se estructura, de forma diferenciada con la casa andaluza de patio central heredado de las villas romanas, a partir de un pasillo central ó corredor formado por tres naves o crujías. Por este amplio pasillo solían entrar las bestias por lo que su suelo era de rollos del Guadiana, haciendo dibujos, ó de baldosas de cerámica. En las casas más pudientes el centro del pasillo era de piedras de granito. A comienzos del siglo XX se pusieron encima baldosas hidráulicas que se construían en los talleres de los Vila o los Péris, familias procedentes de Valencia.

En la segunda nave estaba la cocina, elemento central de la casa donde hacían gran parte de su vida los propietarios, tenia una gran chimenea «de campana» que se construía apoyándose sobre un arco de ladrillos y eran muy amplias, pues ocupaban toda la nave.

Foto de Fernando Garrorena. Fototeca de la Diputación Provincial de Badajoz.                                 
Los parámetros laterales iban a plomo con los muros, el tabique delantero que se construía sobre el alto llevaba una inclinación; la cabeza de la chimenea se remataba con ladrillos ó pizarras (a esa figura de los salientes se le denominaba «palomarejos»); la boca era de 1’30 mts. de ancha con el fin de recoger bien los humos. Cuando la chimenea estaba mal orientada, que miraba al saliente, el aire revocaba el humo llenando toda la casa. El «hogar» era de granito y forma cuadrada; el»pollo también era de granito y de él salia una «morilla» que se desviaba del mismo, de esta forma se separaba la lumbre unos 30 ctms. del frente de la chimenea, con lo que no se pegaba al muro y, al estar centrada, calentaba más a los que estuviesen sentados alrededor de ella.
Servia la cocina además para calentar la casa en invierno.

Dibujo tomado del libro de Alberto González arriba indicado.
En el muro que separaba la cocina del pasillo solía hacerse una «mirilla» para divisar quién entraba. La leña (taramas de encina) se solía guardar en las azoteas. Primero se encendían las taramas que estaban situadas encima de un tronco grueso también de encina, y una vez encendidas se alimentaba la cocina con estos troncos que duraban toda la noche arrimándole las cenizas. Un pollo de mampostería con agujeros, «la cantarera», servía para meter los cántaros de agua, y encima del pollo de la chimenea se colocaban los «peneques» o grandes baños fabricados en Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo.
Empotrada en un lateral de la cocina se encontraba «la alacena» donde se guardaba el sobrante de la comida y el «menaje» (cubiertos, platos, servilletas, etc.).

El portado de la casa era en los primeros siglos (XIII al XVI) de ladrillos, a partir de entonces eran de granito pardo, de las canteras de Esparragalejo y Millalón, con formas sencillas y toscas ó con dintel gótico (antigua Casa de “berruguita” en la calle Papas); en el siglo XIX comenzarían a hacerse de estilo neoclásico.
Las «jambas” eran los salientes de los portados que se hacían para no cargar demasiado el lucido y vendrían a suplir el portado de granito.

La primera nave de la casa era un ancho «zaguán»; en él estaban las sillas «poltronas» (construidas de madera de olivo porque su color natural era muy vistoso, su respaldo era curvo con sus «costillas» para adaptarlas a la espalda. su asiento era de ballón (era el mejor asiento que existía por entonces y no todo el mundo podía disfrutar de ellos) y los aperos de labranza cuando no habla puerta falsa.
A los dos lados del zaguán se encontraban las salas (una de invierno con techo de artesanado y otra de verano con bóvedas) y por ellas se entraba a las alcobas ó dormitorios (que no tenían nunca luz directa para resguardarse del frio y del calor, ni puertas; sólo cortinas) que estaban en la segunda nave. Las camas se llamaban «tarimaos» y eran de madera de encina con unas barras transversales.
En la segunda nave se situaba la escalera en el pasillo y era tosca, de ladrillos y balaustre de madera; también había otra en el corral para subir los granos al doblado desde los carros.

En la tercera nave estaba «portalejo», que era como un portal descubierto hacia el corral y, con entrada por el pasillo, estaban el comedor y la bodega (que se usaba para guardar el aceite, el vino, los tocinos, etc.) y cuyo suelo era de pizarra.

En el patio se construiría a partir de finales del XIX la cocina, dotada
de «espeteras» de madera donde se colgaban los platos, baños y cazos de cobre e hierro. El patio se separaba del corral con una celosía ó verja con el fin de que no entrasen los animales (mulas, gallinas, cerdos, etc.).

 Celosía para separar el patio del corral. Foto de María José Soltero López.                                                      

En el corral estaban las cuadras (con sus bóvedas y arcos de ladrillo), el pajar en el alto de aquellas conectado con los pesebres por una tolba por donde se echaba la paja (encima de los pesebres había, en las paredes, unos nudos de madera para atar las mulas y debajo se instalaban los nidales para las gallinas), la cochera, el retrete y la carbonera. También solían tener horno para hacer pan, etc.

Columna de ladrillos para sujetar los arcos de las cuadras. Foto de María José Soltero López.
En Montijo, debido a la abundancia de aguas freáticas, habia pozos en casi todos los corrales, muy anchos para que no se agotase el agua. Las medias casas los tenían compartidos entre dos vecinos. En la parte superior se recubría de ladrillos y en el fondo se hacia un encofrado colocando unos «marranos» de encina (especie de espina de 20 ctms. de larga por 15 de altura) y para unirlas se ponían unas estacas; el revestido se hacia abajo en seco hasta un metro de altura y, a continuación, hacia la superficie se revestía de ladrillos de medio pie con mortero de cal. Encima del brocal se construía una hilada de ladrillos.

                Pozo de corral construido en 1844. Foto de María José Soltero López.

En la planta alta de las tres crujías estaba el doblado (o sobrado) que se usaba para guardar el grano y la chacina. Por ello tenían que hacer el techo de la primera planta de bóvedas, mientras que en las casas de los obreros ó artesanos eran de cuartones y tablas. En el doblado se construían grandes arcos de ladrillo encima de las paredes maestras de las tres crujías para sostener la techumbre que era de maderos y tablas.
Se construían parelillas para guardar los garbanzos, la avena, etc., se llamaban trojes.
Encima del granero solían tener unas entreplantas de madera para guardar las herramientas o «el chacinero» (esta habitación se colocaba encima de la que daba al Norte, pues era la zona más fría de la casa); se le colocaban unos palos que servían para colgar los embutidos. Un ventanal hacia el Norte servía para dar respiración al chacinero, llevando una tela metálica para evitar la entrada de insectos y bichos. Los ganaderos tenían en la nave del centro del doblado, que era la menos castigada por el sol y la luz, el «lanero», que eran habitaciones con una sola puerta.

Croquis de un doblado, donde se aprecian las tres crujías, el tiro de la chimenea y el hueco de la escalera.

La cubierta de estas casas era de teja árabe (se traían de Esparragalejo que tenia muy buen barro o de los hornos del Encinar) con vertido hacia la fachada principal y hacia la del patio. Su vertido a la calle se hacia sobre una cornisa o sardinel con dos hiladas de tejas para que no cayesen las aguas sobre la fachada o las ventanas. Tenían 30 ctms. de saliente más 15 de vuelo de teja.

A principios del siglo XX, y debido a que el Ayuntamiento pondría un impuesto sobre el vertido de las aguas, se construirían antepechos ó guardavientos con remates o floreros de cerámica encima de ellos; podían ser calados con balaústres de cemento en forma de columnas ó macizos.

Por dentro del guardaviento iba un canalón que vertía las aguas hacia abajo de la fachada por una cañería de latón.

Dibujos tomados del libro de Alberto González arriba citado.

Sobresalía por encima de la cubierta la chimenea, de grandes proporciones y con situación transversal a la fachada.
En las casas de las familias pudientes se construían los miradores, un símbolo de distinción, que servían para divisar toda la llanura en que se sitúa Montijo. Donde terminaba la escalera arriba se construía una especie de garita para que no entrase el agua hacia abajo, con un saliente o vierteaguas. Se orientaban generalmente hacia el saliente porque los aires dominantes en nuestro pueblo vienen del poniente (las casas orientadas hacia el saliente son más ventajosas y las del poniente más perjudicadas por el sol y la lluvia).
Los miradores llevaban un remate o balaustrada para darle mayor estética, hecho de ladrillos cruzados de estilo mudejar ó prefabricados.
Las casas se adosaban por el lado pentagonal.

Un elemento muy característico de nuestras casas tradicionales eran las bóvedas. Veamos los tipos más usados en Montijo:
* Las bóvedas «de rosca», se denominaban así por la posición de los ladrillos; se colocaban de canto «a media asta», de unos 14 ctms. de espesor, e iban apoyadas en las cuatro cimbras o arranques de las esquinas, por donde se empiezan a construir, uniéndolas en el centro. Por encima de los ladrillos se rellenaba de tierra tupida y se cubría el suelo del doblado con cal.
Estas bóvedas podian ser de varias formas:
1) «De arista» que iban desde los extremos, cimbras, al centro y tenían cuatro nervios. Es la clásica y más utilizada bóveda extremeña. A algunas se les dejaba los ladrillos vistos para darles más carácter a la construcción, sobre todo en las cuadras.

                                                    Foto de María José Soltero López.

                             Cimbra de una bóveda. Foto de María José Soltero López.
2) «De cañón» que era recta, se hacían los arranques de medio pie y se continuaban hacia arriba. No había arranque intermedio. El arco de medio punto no hacia empuje hacia los laterales sino hacia abajo. Se solían utilizar en las puertas falsas para guardar los carros.

          Bóveda con dibujos en el lucido. Foto de María José Soltero López.

Por su forma había otras bóvedas:
3) «De paragua» por su parecido a ese objeto, que tenia ocho ó más
nervios.
4) «De artesón» con paños lisos sobre los lunetos, que tenian forma de artesa de las matanzas. A veces la forma iba determinada para salvar un hueco de la habitación.
5) «De tapacoche» que era completamente lisa o vaída, con cuatro bajadas pequeñas en las esquinas.
6) «De estrella» que era de arista, pero al lucirla se transformaba en estrellas.
Alberto González dice en el libro arriba citado, en la página 216: “Magníficas muestras de bóvedas de rosca de diferentes modelos, algunas muy peraltadas, originando formas casi cónicas, pueden verse en… la ermita de San Gregorio, en Montijo…”
* «De panderete» o tabicada, que surgirá posteriormente; tiene la misma forma de las anteriores pero uniendo los ladrillos por su parte fina. En los años en que se empezaron a construir de esa manera en las casas ya no tenían que meter granos en los doblados y las paredes maestras eran más estrechas; la vista de las bóvedas era la misma. Con estos panderetes se vendría a disminuir la altura, y la construcción era mucho más económica. A los lucidos se le daban formas distintas.
El arranque no iba recto sino inclinado, se le llamaba «arrepío» y se le iba dando su forma.
Los portados de las habitaciones se hacían dentro de los lunetos para poder darle más altura.
Se podían hacer bóvedas irregulares para adaptarse a las habitaciones que no eran cuadradas ó rectangulares.
En el crucero de la bóveda se colocaba un gancho de hierro para colgar los candiles ó lámparas de aceite.

Las puertas. – La principal solía ser amplia, pues entraban las bestias por ella hacia el corral, en muchos casos. Era de dos hojas, teniendo ‘ abertura para entrar las personas cuando estaban cerradas las otras. En Montijo no se usaban las puertas partidas por la mitad como en otras comarcas extremeñas.

Antigua casa de María Mateo en la calle Santa Ana nº 8, derribada. Dibujo de Jaime Vila Domíngez.

Las puertas «falsas» eran por donde entraban los carros, eran de madera muy grandes y con un arco rebajado en su parte superior. En los laterales se ponían piedras de granito con salientes abajo para que no pegasen en ellas las ruedas de los carros. También solían tener una abertura para entrar las personas y un agujero con un cajón por dentro para echar las grandes llaves de hierro.
Las puertas de las habitaciones y las «alacenas» (armarios empotrados en los muros para guardar cosas, algunas de los cuales tenían agujeros secretos para meter las joyas y monedas) eran de estilo castellano con rectángulos.
Las ventanas eran de postigos, dos hojas con aberturas en los dos lados para airear las habitaciones.

                Dibujo tomado del libro de Alberto González arriba citado.

Las rejas.- Las de las ventanas eran de hierro forjado, con balaustres y
hembras rectos y cuadrados, caracterizándose por su gran saliente (40 ó 50 ctms. sobre la línea de fachada) para sentarse mirando a la calle. En Montijo no se usaban celosías.
A los balcones se les hacían figuras artísticas muy bonitas entre los balaustres. Guardaban relación con las ventanas de la planta baja. Muchas casas tenían un balcón central abierto encima de la puerta y dos ventanas cerradas en los laterales para evitar los robos.

    Dibujos tomados del libro de Alberto González arriba citado.

También se construían balcones cerrados hasta arriba (Casa Grande de los Thomas, casa de los Alonso en la calle Alameda, etc.) de estilo barroco.


 Casa Grande de los Thomas en la plaza de San Antonio, derribada. Foto de VISAM.

En la fachada principal se hacían en los laterales unos salientes, llamados «fajas» ó pilastras, de estilo jónico ó corintio. Se hacían en el forjado sacando el ladrillo unos 4 ó 5 ctms., otras se hacían en el mismo lucido sobresaliéndolo un poco. Algunas casas tenían además fajas en los lados de la puerta y el balcón central. Esto la daba más armonía a la fachada.

Los zócalos son de reciente creación, pues las fachadas estaban lucidas y blanqueadas hasta el suelo. Pero en el siglo XIX entrarían los gustos por los colores fuertes (teja, ocres, etc.) y se empezarían a hacer los zócalos (banda saliente en la parte inferior de la fachada pintada de color oscuro (gris, marrón, etc.). Antes se dejaban las fachadas de mampostería «en hueso».

El esgrafiado en las fachadas se realizaba mediante molduras de latón huecas con figuras geométricas. Se pintaban con otros tonos distintos a la fachada. El cemento empezaría a usarse a principios del siglo XX, antes se usaba la cal, el yeso, el ladrillo, la piedra el adobe en las viviendas populares (que eran ladrillos gruesos sin cocer, en crudo) y la tapia de tierra prensada.

Para construir una casa se forjaba, cubriendo aguas, y se le daba cierto tiempo para que se asentase el material, generalmente un año. En el invierno se aprovechaba, al haber poco trabajo, para la terminación de la vivienda.

Prototipo de casa entera de labradores
El arquitecto José María Rodríguez Dávila publicó, por encargo del Ayuntamiento de Montijo, el “Catálogo del Patrimonio Histórico, Artístico, Ambiental y Cultural de Montijo” que fue visado en el Colegio de Arquitectos de Extremadura en agosto de 1991, pero la Corporación no quiso aprobarlo definitivamente, por lo que no se aplicó desgraciadamente. En el se dice en el apartado “Objetivo de la redacción del presente Catálogo”: “Tenemos que conocer y apreciar lo más representativo de la arquitectura montijana como son las monumentales chimeneas, los miradores, monteras y torreones estratégicamente distribuidos en el núcleo urbano, los balaustres de ladrillos de influencia más portuguesa que árabe, los muros de tapial y mampostería, la proporción hueco-macizo y su composición.
Como los materiales empleados lo son por darse en la zona, así la escasez de madera obliga a que no aparezcan nunca en los aleros sino que se forman por una hilada de tejas sobre las que se apoyan las demás de la cubierta; esta carencia también origina las soluciones de pisos sin viguería, formadas por bóvedas de ladrillo que dan lugar a espacios reducidos compartimentados en tres o cuatro crujías por arcos o muros.
Los huecos de las ventanas en las habitaciones vivideras son bastante grandes, una característica típica es que, cuando son de dos hojas, suele tener dividida horizontalmente una de ellas, dando lugar a un batiente superior que puede girar sin necesidad de abrir la puerta por entero. En los doblados estos huecos tienen una dimensión mínima.
La pavimentación de baldosas de barro a excepción del doblado donde se resuelve con un simple “estirado” de yeso y cal…
Otra nota común que caracteriza esta arquitectura, acaso la más, su diferenciación peculiar es la sobriedad de las fachadas, formadas en su mayoría por altas y lisas paredes, si bien nos encontramos subdivisiones en las fachadas mediante molduras, pilastras de corte clásico, resaltadas las portadas mediante piedras de granito o molduras, las ventanas sobre un poyo sobresaliente y rematadas por un tejadillo, dosel o guardapolvo (eliminadas por ordenanzas municipales de 1884). Todo ello realizado en ladrillo, revocado y perfectamente encalado…”

Del libro de Alberto González Rodríguez “Extremadura popular. Casas y pueblos” editado por la Asamblea de Extremadura y el Ayuntamiento de Mérida en 1991, página 171 en adelante, recogemos los siguientes dibujos:



Suelo de baldosas hidráulicas de la fábrica de los hermanos Vila. Foto de María José Soltero López.

Los maestros de obras de Montijo

Tras la Reconquista continuarían trabajando en Extremadura maestros alarifes mudéjares, árabes convertidos al cristianismo, que construirían en su peculiar estilo.
En 1755 eran maestros alarifes Juan Luis y Manuel Ramos, vecinos de Montijo y Puebla de la Calzada, que emitieron un informe sobre el estado de la iglesia.
Conocemos familias de alarifes muy antiguas en nuestro pueblo,como la de los Cabezas que han llegado hasta nuestros días. Diego Cabezas González, natural de Villar del Rey estaba casado, en el último tercio del siglo XIX, con María de la Riva Delgado, natural de Cameros (Logroño). El matrimonio con sus hijos María del Carmen y Modesto, vivían en 1884 en la calle Santa Ana núm. 26. Diego Cabezas González y sus hermanos Pedro, Antonio, Jerónimo y Antolín Cabezas González fueron todos maestros de obra y trabajaban a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Un hijo de Diego era Modesto Cabezas de la Riva (1882-1966).
En el siglo XIX vendrían bastantes albañiles portugueses por temporadas volviéndose después a su lugar de origen. El abuelo de Ángel de los Santos Sánchez vendría de Coimbra: Manuel de los Santos Almeida. Traían su estilo constructivo propio.
En el XIX llegaría a Montijo un albañil gallego: José Rodríguez Sampallo, al que continuarían sus hijos Pedro, José, Teodoro y Toribio Rodríguez Capilla.
En ese siglo había albañiles montijanos como Cristóbal Sánchez García (conocido como el maestro Cristobal Custodio), Cristobal Sánchez Romero (conocido como Cristóbal Lázaro, primo del anterior), José Crespo
A comienzos del siglo XX tenemos a Modesto Cabezas de la Riva, Antonio Cabezas, José Marín, Juan Francisco Roque Prieto, Francisco Pérez, Pedro Serrano, Pedro Morilla de la Sal, Javier Álvarez, posteriormente a lo largo del siglo XX construirían: Antonio del Viejo Barrena, Pedro González Gragera, Antolín López González, Eduardo y Antonio Serrano Serrano, Domingo y José Pérez y Pérez, Antonio Marín Cabezas, Francisco Cabezas García, Angel de los Santos Sánchez, Miguel y Angel de los Santos Gragera, Alonso y Diego Gragera Domínguez, Pedro y Toribio Hernández Vaca, Toribio García Portillo, Francisco Polo, Antonio Gragera Coronado, José Moreno García, Bartolomé Parejo López, José Rodríguez Gallardo, Felipe Martín Cruz, Alfonso Gutiérrez Coronado, Enrique Alonso Montaño, etc.


FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

– Testimonio del maestro Antonio del Viejo Barrena.
-Actas de las III Jornadas de Estudio para la Defensa de la Arquitectura Popular Extremeña». Mérida, 1982.
– Historia de la Arquitectura en Extremadura. Antonio de la Cruz Solís. Diputación Provincial de Badajoz. 1998.
– José María Rodríguez Dávila “Catálogo del Patrimonio Histórico, Artístico, Ambiental y Cultural de Montijo”, visado en el Colegio de Arquitectos de Extremadura el 5 de agosto de 1991.
– Alberto González Rodríguez. “Extremadura popular. Casas y pueblos”, editado por la Asamblea de Extremadura y el Ayuntamiento de Mérida. 1991.
– José Luís Martín Galindo y Julian Miguel Orovengua. “Arquitectura tradicional en la provincia de Badajoz”. Diputación Provincial de Badajoz. 2004.
-Juan Carlos Rubio Masa. «Arquitectura popular de Extremadura». Cuadernos Populares Nº 8. 1985. Editora Regional de Extremadura.










 

Juan Carlos Molano Gragera
Juan Carlos Molano Gragerahttp://historiasdemontijo.com
Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

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Cuando estudié la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense, durante los años 1968/72, tuve algunos maestros como Antonio Elorza Domínguez o Juan Trías Vejarano que me enseñaron a investigar en los archivos para elaborar aspectos de nuestra historia. Aquella semilla se fue desarrollando desde finales de los años setenta cuando volví a vivir a Montijo y continúa viva hasta el día de hoy. Espero continuarla hasta que me fallen las fuerzas y la vista. Y me gustaría que se siguiese leyendo después de “pasar a mejor vida”.

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